Tras un año de entrevistas, análisis de los datos obtenidos y reflexiones del equipo investigador, se optó por colocar entre interrogaciones el título del estudio porque, a pesar de que se trata de un tema del que se habla mucho y sobre el que se opina a menudo en sentido favorable, en realidad nos hemos topado con bastantes reticencias para aceptarlo y asumirlo cuando, a falta de acuerdo entre los protagonistas, es el juez quien impone que los menores queden bajo la custodia del padre o la madre. Y esto es así porque, en un contexto de enfrentamiento, con los sentimientos a flor de piel y quizá con duelos aún no elaborados, las partes lo viven bajo el cliché de ganar y perder, aferrándose a lo que piensan que les queda entre tanta devastación emocional: sus hijos.
Si a esto añadimos que nuestro ordenamiento jurídico une las cuestiones meramente parentales con otras de carácter patrimonial, el conflicto suele complicarse y escalar con imprevisibles consecuencias. Así, aparte de determinar con quién y cómo han de vivir unos niños, saldrán a la palestra otros temas como la utilización del domicilio familiar o el reparto de gastos, por ejemplo. Temas por sí importantes, pero que a veces sirven para que las partes se enroquen en posiciones intransigentes. De ahí que, en el estudio ¿Custodia Compartida? que se puede leer en este enlace, se abogue por llevar a cabo una reforma profunda del derecho de familia permitiendo, entre otras cosas, que los aspectos de custodia se unifiquen con los de patria potestad y se resuelvan de forma separada a los meramente patrimoniales. Con ello se evitarían apreciaciones y sesgos interpretativos basados en necesidades materiales (“no tengo posibilidad de buscar otra casa”) y prejuicios (“el otro no puede tener a los hijos porque jamás se ha ocupado de ellos”).
Llama también la atención que esta situación adversarial no se circunscribe a los primeros estados de la ruptura de pareja (separación o divorcio), sino que en muchas ocasiones se extiende a tiempos posteriores, dando lugar a un rosario de demandas con múltiples posibles incidentes judiciales… y unos hijos debatiéndose en disputas que le son ajenas.
Para muestra, basta el botón del siguiente esquema donde, de manera sucinta, se expone el camino judicial contencioso:

De una simple ojeada cualquier persona, sea o no jurista, puede entender que el litigio parental puede convertirse en un calvario donde las propias partes no saben qué va a pasar, dado que no son ellas quienes dirigen el proceso. De ahí que sea necesario fomentar fórmulas que devuelvan el pro-tagonismo a los progenitores, donde puedan redefinir el tipo de relación que desean mantener frente a su hijos, que termine sin perdedores y que no afecte colateralmente a los menores. La mediación es una vía adecuada para esto, dado que permite a las partes dialogar sobre lo que realmente les importa y tomar decisiones que favorezcan el consenso familiar. Igualmente, una justicia terapéutica ayudará en esos casos donde el dolor dificulta esa toma de decisiones.
Por lo demás, lean este interesante estudio; ni les defraudará ni les dejará impasibles